Justicia, limosna y solidaridad


Siempre me han estremecido los carteles que piden tapones de plástico para ayudar a niños enfermos. No es limosna lo que piden, no es dinero para los necesitados sin más, es un pequeño gesto que apenas requiere esfuerzo. Es solidaridad entendida como la adhesión momentánea de personas anónimas a la causa de otros, a la causa de hacer la vida más fácil a los niños que salen en el cartel.

Detrás de cada fotografía, hay una persona con una enfermedad que posiblemente  será para toda la vida, y una familia que está luchando para intentar poner a su alcance todas las posibilidades de mejora que puedan existir.

Tapones solidarios se llaman. El procedimiento consiste en no tirar los tapones a la basura o al contenedor de reciclaje, sino guardarlos y entregarlos para que puedan ser vendidos al peso para plástico reciclado. Con miles de kilos se puede conseguir algo de dinero. Dinero para investigación sobre enfermedades poco frecuentes que no consiguen suficiente financiación, para peregrinar en busca de alguna técnica recién inventada en alguna parte del mundo de resultado aún incierto o, simplemente, dinero para las múltiples necesidades que irremediablemente van a ir surgiendo a cada paso.

Y es que la enfermedad, aparte de ser un problema de salud, constituye un gran problema económico. En los países como el nuestro, nos hemos dotado de un sistema que dedica parte de los impuestos a garantizar asistencia sanitaria, también educativa y social, para personas con todo tipo de enfermedades, desde las más banales e insignificantes hasta las más complicadas, por muy costosas que sean. Un sistema que, no sin dificultades, ha conseguido construir una red protectora frente a la ruina económica. Muchas familias, si tuvieran que pagar el coste real de los servicios sanitarios, lo venderían todo e hipotecarían sus vidas ante la más mínima posibilidad de curación.

Pero además de la necesidad de asistencia sanitaria, las enfermedades tienen también muchas otras aristas que consumen tiempo y recursos. Mucho tiempo de dedicación, de los afectados y de sus familias, y muchos recursos que, en gran medida, están determinados por las posibilidades económicas de cada uno.

Un estado puede plantearse distintas formas de abordar las desigualdades sociales ante la salud o ante la educación, depende por supuesto de la disponibilidad presupuestaria, pero sobre todo depende de la amplitud con la que la sociedad en su conjunto quiera entender el concepto de justicia. La visión liberal hacia la que caminamos en los últimos años considera que no es justo ni conveniente que el estado intervenga en exceso en la vida de las personas, ya que genera individuos débiles que son incapaces de valerse por sí mismos. Sin embargo, la historia ha puesto de manifiesto, una y otra vez, que las desigualdades, sin salida, han sido siempre el caldo de cultivo en el que han brotado los conflictos que han roto la convivencia.

John Rawls, antiguo profesor de Filosofía política de la Universidad de Harvard, publicó en 1971 su famosa Teoría de la Justiciaen la que, entre otras muchas cuestiones, teorizaba sobre lo conveniente que sería que los criterios para recaudar y repartir los recursos públicos fueran determinados por un grupo de expertos elegidos con la condición de que ninguno de ellos supiera el papel que le iba a tocar en la lotería de la vida, que no supieran si ellos, personalmente, iban a estar más cerca de los mendigos o de los potentados.

En la patria del liberalismo, también se ha hecho famosa la magnífica serie de televisión Breaking bad, que cuenta la historia de un profesor de Química con cáncer de pulmón que se hace traficante de drogas. Como su póliza de seguros no cubre la quimioterapia y no tiene medios para pagarla, utiliza los conocimientos de su profesión para sintetizar metanfetamina. Consigue dinero, pero se va enredando en una trama de violencia y de muerte que no puede terminar bien.

En un capítulo de la serie, el hijo adolescente pega carteles por toda la ciudad pidiendo dinero para el tratamiento de su padre. No pide tapones de plástico, ni móviles usados, ni ninguna otra variante de la solidaridad. Pide directamente dinero. Tremendo retrato de una sociedad en la que la enfermedad puede devolver a alguien de clase media a la limosna y a la caridad.

 (Publicado en Diario Sur el 28 de Junio de 2014)

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