La moral de los medicamentos


 Todos los medios de comunicación han seguido las manifestaciones y encierros de los pacientes con Hepatitis C. Impresionan. Son personas que tienen una enfermedad crónica que puede evolucionar mal y saben que existe un medicamento que aumenta las expectativas de curación.

El laboratorio que tiene la patente le ha puesto un precio desorbitado difícil de asimilar, pero que es fruto de una lógica que considera que la responsabilidad de cualquier empresa es conseguir los máximos beneficios posibles para sus accionistas.

En el último tercio del siglo XX, el mundo empresarial norteamericano se vio impregnado por una corriente de pensamiento que abogaba por la responsabilidad moral y social de las empresas con la comunidad, ya que los comportamientos éticos aumentaban las probabilidades de triunfar en un mercado muy competitivo.

Pero parece que la historia ha vuelto a situar a las grandes multinacionales en una posición de fuerza, tanto ante los gobiernos como ante los consumidores, en la que ya no necesitan mantener comportamientos éticos para incrementar los beneficios.

Así que los procesos de autorización de los nuevos fármacos, su inclusión en las prestaciones del sistema nacional de salud e incluso, la indicación y prescripción de cada caso concreto, van a poner a los sistemas públicos ante la obligación moral de utilizar los impuestos para financiar medicamentos que curan, sin tener una solución clara para cuadrar los presupuestos.

Es por esto que, utilizar esos mismos impuestos para financiar medicamentos en situaciones concretas, para las que no está tan clara la eficacia, también son decisiones con repercusiones morales. El uso de antidepresivos para estados de ánimo tristes sin diagnóstico claro, de hipolipemiantes sin antecedentes de infarto, o de omeprazol como si realmente fuera un protector gástrico, son ejemplos que deben hacernos reflexionar. Y lo mismo ha ocurrido con la rápida generalización de las novedades terapéuticas que realmente no han aportado nada nuevo, incluso, se han usado medicamentos experimentales no probados todavía en humanos, como ha sucedido recientemente en los casos importados de Ébola.

 Y es que en todas las enfermedades siempre existe una tensión que nos lleva a querer intervenir con todos los medios posibles, asumiendo que nuestra obligación, como médicos, es poner al alcance del enfermo todas las armas terapéuticas que puedan existir, independientemente de cualquier otra consideración.

Una breve mirada a la prescripción de medicamentos, desde la perspectiva de los valores de la Bioética, nos lleva a recordar que la beneficencia en el uso de medicamentos se sustenta en la premisa de que solo se deben usar fármacos que realmente hayan demostrado, mediante el conocimiento científico, que hacen el bien; que hayan demostrado, de forma fehaciente, que los resultados globales de los pacientes que reciben una sustancia son mejores que los que no la reciben.

La no maleficencia consiste en evitar que un producto farmacéutico sea el que cause el mal. Las distintas fases que obligatoriamente deben cumplir tienen como finalidad, precisamente, evitar que causen el mal. La normativa de vigilancia, incluyendo el visado que necesitan algunos fármacos, no es una mera traba burocrática, sino que ha sido fruto de una sucesión de casos reales en los que los medicamentos fueron tan dañinos como las propias enfermedades para las que fueron ideados.

La autonomía del paciente recoge el derecho que tiene una persona para decidir si acepta un tratamiento, para lo que es imprescindible que la información que maneje sea objetiva. A veces las estrategias de venta minimizan los riesgos y exageran los beneficios para crear una corriente de opinión pública favorable.

En cuanto a la justicia, hay que tener en cuenta que los recursos siempre son finitos mientras que las necesidades siempre son infinitas. Una distribución de recursos públicos justa tiene que compaginar el principio de igualdad de oportunidades de todos los ciudadanos para acceder a un fármaco, con el principio de eficiencia que utiliza criterios de racionalidad económica para que el gasto pueda ser asumible para la sociedad. Los recursos que se emplean en medicamentos no se pueden gastar en otras intervenciones que también tienen impacto sobre la salud, no solo en el ámbito sanitario, ya sea en profesionales, infraestructuras o tecnología, sino en otros muy distintos que también son determinantes, como por ejemplo la educación o las carreteras.

Lo que está claro es que los escenarios complejos como este necesitan deliberaciones que se mantengan alejadas de la arbitrariedad o la simplificación. Así que, asumir criterios clínicos rigurosos en todas y cada una de las decisiones, tanto en la Hepatitis C como en el resto de las enfermedades, es la única forma de hacer que el conocimiento se convierta en el verdadero valor moral que guíe el reparto de los recursos.



Publicado en Diariosur el 21 de enero de 2015

http://lector.kioskoymas.com/epaper/showlink.aspx?bookmarkid=REP89TY0ZAZ