El campo de alfalfa

                                                                        

Marta pensó que no era la misma, que aquel incidente la había transformado en una persona distinta. Y más que pensarlo, lo sintió en la boca del estómago, era como un arañazo que no terminaba de desaparecer y que la llevaba a reflexionar sobre sí misma y sobre el sentido de sus actos. Pero estaba bastante mejor, las ganas de vomitar y el miedo a marearse casi habían desaparecido y por las noches ya no se despertaba tantas veces. Estaba en una sala de espera del centro de salud esperando su turno para recoger el alta médica. Necesitaba volver a trabajar, reincorporarse a su rutina, aprender a vivir con el miedo a que le pasara algo y con esa sensación anticipada de fragilidad que hacía que a veces su propio cuerpo se comportara como un enemigo. Tenía que asumir, sin darle más vueltas, que aquel mareo sin diagnóstico claro le había dado de lleno y había dividido su percepción de la vida en un antes y un después. 




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