
Juan se dio cuenta de que había olvidado el justificante cuando ya iba andando por la calle. Dudó un momento, pero enseguida se volvió. No le apetecía tener que darle explicaciones al jefe de estudios y eso es lo que tendría que hacer si se presentaba en el instituto sin ningún documento. Le explicó al guardia de seguridad que necesitaba volver a la consulta del doctor Casado, subió las escaleras lo más rápido que pudo, esperó a que saliera el paciente que había dentro y desde la misma puerta, le dijo al médico que necesitaba un justificante para el trabajo con un tono de voz que hizo que lo mirara con curiosidad y le preguntara otra vez que si le pasaba algo.
Cuando salió a la calle, tomó el camino que llevaba a la farmacia y al llegar, entregó la receta de Orfidal para que el mancebo se la cambiara por el medicamento y en la misma puerta se tragó un comprimido con su propia saliva, sin necesidad de beber agua. Tenía planeado volver al instituto para la última clase, pero en ese mismo momento, cambió de idea y sintió de golpe que no quería ver a nadie. La sola idea de cruzarse con los compañeros o con los alumnos le parecía una tarea titánica para la que no se sentía preparado, así que pensó que lo mejor que podía hacer era volverse a casa y terminar de una vez. Quizás debería de haber pedido la baja laboral tal y como le había sugerido María, aunque eso hubiera supuesto otra complicación, ya que entonces tendría que haber inventado otra mentira.
También podría hacer dicho la verdad de una vez por todas y haber contado que el mundo que había conocido se había volatilizado, que su vida ya había terminado aunque, de forma absurda, su cabeza siguiera con la misma rutina y con las mismas cuestiones cotidianas de siempre como si el instituto, el justificante o la baja laboral tuvieran todavía alguna importancia. Pero era difícil aceptar que sus pequeñas preocupaciones eran solo reflejos de una realidad que ya no existía, al igual que le ocurría a la luz de las estrellas que ya estaban muertas, por eso seguía hacia delante como un autómata, como aquellos famosos músicos que siguieron tocando mientras el barco se hundía.
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