Señor alcalde en funciones, miembros de la corporación municipal, señoras y señores, amigos y amigas, buenas noches.
Cuando recibí la llamada de nuestra alcaldesa, no pude evitar sentir un nudo en la garganta. Porque, como para cualquier accitano, es para mí un tremendo orgullo y un privilegio poder estar hoy aquí en este escenario, y dirigirme a mis conciudadanos para dar el pregón de la feria de la muy noble y leal ciudad de Guadix.
Y siento la misma emoción y el mismo vértigo que todas las personas que me han antecedido en esta responsabilidad y con las que a partir de ahora me siento hermanado y unido por esta experiencia que seguro que ninguno podremos olvidar.
Un pregón, según el diccionario, es un discurso elogioso, más o menos literario, en el que se anuncia al público la celebración de una festividad y se le incita a participar en ella.
Así que vaya por delante mi invitación: ¡Qué todo el mundo disfrute de esta feria!
¡Qué todo el mundo disfrute de unos días de diversión y de esparcimiento con la familia y con los amigos!
No en vano, las relaciones humanas, la ilusión y la alegría de compartir son la base de la vida.
En cuanto a lo de hacer un discurso más o menos literario, en Guadix todos sabemos, porque desde Pedro Antonio todos tenemos vocación de escritores, que la literatura necesita un poco de introspección, es decir, necesita mirar hacia adentro para ver si hay en nuestro interior alguna cosa digna que contar a los demás, cualquier vivencia o pensamiento que diga algo de nosotros, pero sobre todo que diga algo que los demás también sientan como propio.
Y mientras hacía este ejercicio de introspección, me he dado cuenta de que muchas de las cosas que forman parte de Guadix, forman también parte de mí y me han acompañado donde quiera que haya ido.
En primer lugar, y lo más obvio, porque me llamo Torcuato. Cuestión que no es tan fácil de sobrellevar fuera de aquí, pero de lo que yo siempre he estado muy orgulloso. Me identifica a mí y a mi ciudad.
La verdad es que es un nombre que causa extrañeza en otras latitudes y es difícil de pronunciar: Don Cuatro, Don Tres por cuatro, Don Héctor Cuatro, me han llegado a decir, con Héctor como nombre y Cuatro de apellido. En fin.
Llamarse Torcuato y vivir fuera es como llevar escrito en la frente el nombre de Guadix. Y muchas veces, entre los que conocen esta tierra, también causa un nexo inmediato de afecto y complicidad.
Nací en la calle de la Concepción, desde mi terraza casi se tocaba la catedral y el sonido de las campanas era cotidiano en nuestra casa. Nos mudamos a la calle Santa María años más tarde, enfrente del Palacio Episcopal, a la calle más bonita del mundo como la ha bautizado recientemente una acuarela de Amezcua.
Mi colegio fue la Escolanía. Hice la EGB y formé parte de los Niños Cantores de la Catedral de Guadix donde aprendí a amar la música. El Ave María de Tomas Luis de Vitoria en Semana Santa, el Aleluya de Handel en el Corpus y en otras fiestas señaladas, Villancicos por las calles en Navidad y un extenso repertorio para misas solemnes, bodas y funerales.
Los ensayos eran diarios por las mañanas y por las tardes después de las clases. También fui seise, que era ya como el Cum laudem, lo máximo.
Recibí algún que otro toque de atención, eso sí, de nuestro querido D. Carlos. Y conocí desde niño lo grande que es el mundo gracias a los múltiples viajes y a los congresos de Pueri Cantores, que eran lo más parecido al Erasmus que había en esa época: Holanda, Inglaterra, Francia, Santiago de Compostela, toda España. Destinos impensables entonces para alguien como yo, para alguien como nosotros.
Pasé la infancia en la calle como toda mi generación. En una calle sin apenas coches, oyendo la voz de mi madre que me llamaba asomada a la ventana. Jugando al futbol, explorando otros territorios.
La placeta del Conde Luque, San Miguel, el Almorejo, la Alcazaba, el paseo, el miniparque,.. : ¡Qué recorrido más entrañable!
Y la adolescencia la pasé jugando al ajedrez en la biblioteca, dando interminables vueltas, arriba y abajo, en el parque con los amigos, haciendo planes, soñando con ser futbolistas profesionales, enamorándonos.
Tejiendo lazos sin darnos cuenta en ese momento, lazos invisibles que me han acompañado durante toda la vida y que, paradójicamente, conforme pasan los años, más fuertes los siento. Y es que el cerebro se impregna con fuerza cuando eres joven y hace que miremos hacia atrás con añoranza, buscando olores, colores o cualquier otra cosa que nos devuelva al pasado.
Estudié Bachillerato en el Instituto Pedro Antonio de Alarcón, donde iban los alumnos de todos los pueblos de la comarca: Cogollos, Aldeire, Bejarín, Benalua, el Marchal. Algunos tenían que andar cada mañana un buen trecho para coger el autobús.
Le decían instituto mixto, porque fue el primero en el que los niños y las niñas estábamos juntos en la misma clase.
Cuando murió Franco yo estaba en primero de BUP, recuerdo que tenía un examen de Lengua que se suspendió. Se suspendieron las clases durante una semana.
¡Que caprichosa es la memoria! Los acontecimientos históricos siempre los recordamos por cosas cotidianas.
Fue una época de cambios y descubrimientos, un viejo modelo daba paso a la esperanza de algo nuevo y los profesores también estaban rompiendo moldes y nos hablaban de sus materias, pero también de música, de cine, de libertad. Fue una verdadera liberación.
Éramos los dueños de nuestro destino y con esfuerzo podríamos llegar a donde quisiéramos, nos decían. Y así ha sido. Miro a mis amigos y veo que así ha sido.
Y me fui a Granada a estudiar Medicina. Irse a Granada era… como irse a Nueva York. Para nosotros Granada era entonces…… la capital del mundo. La universidad y la juventud nos ofrecían posibilidades infinitas: conocimiento, cultura, política, diversión, amistad, amor. Todo un universo.
La inmensa mayoría de las personas de mi generación que estudiamos fuimos la primera promoción de universitarios de nuestras familias.
Mis compañeros de piso y yo tuvimos que trabajar durante los veranos para poder pagarnos los estudios. Fuimos camareros en Cataluña, entre otras cosas y llevábamos una economía de supervivencia.
En muy poco tiempo hemos vivido un tremendo cambio generacional. De nuestros padres a nuestros hijos hay un abismo. Yo recuerdo cuando levantaron las calles para poner las tuberías del agua potable en Guadix, mis abuelos eran agricultores con una economía casi de autoconsumo. He vivido la dictadura, la transición, la llegada de la democracia, la época actual de rumbo incierto y de posverdad, pero con un avance tecnológico inimaginable.
Mi hija se fue un año a estudiar a Kaunas, a 3 mil km, y hablábamos casi todos los días por Skype. Mi hijo está terminando un master en traducción y desde su cuarto tiene acceso a todo el mundo. Eso es hoy lo normal, nada especial, pero no está de más recordar de dónde venimos, la tecnología cambia muy deprisa, pero las personas, la naturaleza humana no ha cambiado tanto.
El caso es que me hice médico y ya no volví. No es que no volviera a Guadix en sentido literal, por supuesto volvía de visita, sino que mi desarrollo personal y profesional ya estaba fuera. Mi vida ya estaba fuera.Me fui también de Granada para hacer el Mir y ya tampoco volví a Granada. Solo de visita. Era como si una fuerza centrífuga me estuviera empujando.
Luego, la profesión de una persona marca su destino. Y trabajar como médico es ser médico. La responsabilidad que supone dar una respuesta adecuada a los pacientes que confían en ti, a todas las personas que cada día vienen a las consultas, con miedo, pero también con esperanza, hace que para nosotros la necesidad de seguir estudiando no termine nunca.
Como tampoco deben desaparecen nunca los valores consustanciales con el ejercicio de la medicina, como son procurar el bien, evitar hacer el mal, respetar la autonomía de los pacientes y ser justo y ecuánime con el uso de los recursos.
Es curioso observar que, en los orígenes de cualquier tipo de sociedad con una mínima organización social, por muy primitiva que fuera, siempre existía la figura de un médico a la que le confiaban la responsabilidad de dedicarse a la salud de los demás, al bien común.
Las sociedades obviamente han cambiado y nuestro papel también ha ido cambiando con ellas. Hemos pasado de ejercer una profesión liberal, con autonomía total para organizar nuestro propio trabajo, a formar parte de los sistemas sanitarios públicos que son responsables de la salud de toda la población.
Hemos pasado, de una práctica profesional basada en el arte y en la experiencia individual de cada médico, a un nuevo paradigma en el que las decisiones deben estar sustentadas por una evidencia científica que pueda ser contrastada.
Pero la base de la relación del médico con el paciente sigue siendo la confianza, sigue siendo el intercambio entre la voluntad de curar la enfermedad y aliviar el dolor por una parte , y el respeto y la gratitud por la otra.
Y mi profesión también me ha llevado, sin que formara parte realmente de mis planes ni de mis expectativas, a estar durante los últimos 15 años al frente de distintos centros sanitarios.
Este recorrido me ha permitido tener una visión global y una amplia perspectiva de cómo ha evolucionado la organización de la asistencia sanitaria como servicio público.
Actualmente soy el director gerente de las Agencias sanitarias Costa del Sol y Alto Guadalquivir de la Junta de Andalucía. Atendemos a una población de 750 mil personas, gestionamos 9 hospitales y somos 4 mil trabajadores.
Quien ha tenido un puesto de responsabilidad en alguna administración sabe lo que esto significa: entrega, sacrificio. Pero también la satisfacción de haber podido contribuir de alguna forma a mejorar las cosas.
Cuando trabajas en un hospital te das cuenta de que funciona como un organismo vivo que late con fuerza por el impulso que cada día le dan todas las personas que forman parte de él.
Y también te das cuenta de que los sistemas públicos han tejido una red protectora que va desde la infancia a la vejez, y que han generado un conocimiento que ha sido para toda la sociedad.
Los trasplantes o las últimas novedades terapéuticas de coste desorbitado han estado disponibles para las personas que los han necesitado. Podría haber sido de otra manera. De hecho, en otras partes de mundo es de otra manera.
Pero nuestra forma de organizarnos nos ha convertido en uno de los países más longevos del mundo. El segundo después de Japón. La esperanza de vida ha subido cinco años en las dos últimas décadas y diez años en las cuatro últimas décadas.
¡Diez años más de vida! Y ha ocurrido igual con todos los indicadores sanitarios. Es algo que si te paras a pensar es increíble aunque no seamos realmente conscientes de este progreso. Incluso a veces parece que, como sociedad, no estamos especialmente orgullosos. Creo que es necesario tener perspectiva de nuestros logros para seguir hacia delante sabiendo que nada es gratis.
Los principios éticos que aceptemos como sociedad deben guiar el reparto de los recursos públicos, y a la vez, ser conscientes de las consecuencias económicas, ya que el coste de las prestaciones debe ser asumible para la sociedad.
Un difícil equilibro entre los principios éticos y los recursos. Difícil porque los principios nos llevan a plantear necesidades infinitas, mientras que los recursos siempre son finitos.
Pido excusas si me he dejado llevar por mi trabajo, que vivo con rigor y con pasión. Pero vuelvo ya a Guadix. Aunque a veces una reflexión, incluso del ámbito sanitario, puede servir para que seamos más conscientes de lo que somos, de lo que tenemos y hacia dónde queremos ir.
Así que vuelvo ya a Guadix, ahora sin añoranza por el pasado sino agarrado al presente y con el deseo de que podamos dejar a nuestros hijos un mundo mejor.
Como accitano, estoy convencido de que podremos llegar hasta donde nos propongamos como ciudad. Igual que las personas. Tenemos historia, tenemos patrimonio, recursos naturales, personas capaces y un futuro sin decidir. Todo está en nuestras manos. ¡Todo depende de nuestro trabajo!
Hay ejemplos que así lo han demostrado. El Hospital de Alta resolución es una realidad, el teatro, las distintas infraestructuras deportivas, los fuegos artificiales de hace unos días en la playa de la Concha de San Sebastián, hechos en Guadix. Fruto todo de personas con tesón que han dedicado esfuerzo e imaginación para conseguir sus proyectos.
Ahora tenemos una magnífica oportunidad con el teatro romano que nos han regalado nuestros antepasados, una oportunidad para posicionarnos como ciudad cultural.
Además, ¡esta es una tierra de artistas! Cuando leo en la prensa o en las redes sociales que hay actos de presentación de libros de autores accitanos, que una exposición de pintura ha tenido gran éxito, o que se representa una obra de teatro, siento gran alegría.
¿Y qué decir de la música? Las profundas raíces que crecieron con la Escolanía producen brotes sorprendentes y puedes encontrar a músicos accitanos dando conciertos por los escenarios más insospechados.
“Cultura y prosperidad”, cantó Carlos Cano en la plaza de las Palomas en una feria de hace ya muchos años. Nosotros tenemos materia prima y un camino que va avanzando firme con un entramado de actividades que nos están convirtiendo en una ciudad que merece ser visitada por otras personas. El ejemplo de Guadix Clásica, una verdadera joya.
La idea de darle valor a la Alcazaba, las iniciativas empresariales tan necesarias para generar trabajo y riqueza, o el liderazgo decidido de los proyectos que surgen en toda la comarca, también son cuestiones que van a ayudar a dibujar un horizonte de esperanza, para que las nuevas generaciones puedan vivir en una ciudad mucho mejor que la que nosotros ni siquiera pudimos soñar.
Cuando a mediados del siglo pasado, el hispanista Gerald Brenan pasó por Guadix camino de las Alpujarras dejó sus impresiones en el libro Al sur de Granada. “Guadix no es una ciudad feliz”, escribió. No sé que escribiría ahora, pero desde luego lo que si encontraría es una ciudad hermosa y cuidada, con gentes que luchan por mejorar su destino.
Y si nos hubiera visitado un día de feria como hoy, habría encontrado además un pueblo dispuesto a relacionarse, a compartir la alegría con los demás.
La alegría es uno de los ingredientes más importantes de la salud. De hecho, la Organización Mundial de la Salud deja claro que no debemos hablar únicamente de la ausencia de enfermedad, sino que la salud es la mezcla del bienestar físico, psíquico y social.
Y es que la feria no es solo una fiesta, sino algo mucho más profundo. Es un concepto arraigado a la ciudad que forma parte de nuestro imaginario personal y colectivo. Detrás de las luces colgadas en las calles, de los viajes en los coches de choque o en el tren de la bruja, detrás de los gigantes y cabezudos, de los pinchitos morunos, del castillo de fuegos artificiales, del teatro, de los conciertos…, detrás de todo esto está nuestra infancia, está nuestra juventud, nuestros amigos, nuestra familia, las personas a las que queremos.
¡Así que todos a la feria! ¡Porque la feria es la vida!
Y llego ya al final de mi cometido. Al final de este pregón que me ha permitido volver a casa, respirar el aroma de una noche de feria, sentir los lazos de mis raíces, sentir mi pueblo.
¡Qué más puedo pedir! ¡Nada! ¡Solo dar las gracias!
A las personas que han pensado en mi para el pregón, a nuestro ayuntamiento como institución.
A todos ustedes que me han escuchado: mis paisanos y también los que nos visitan.
Y a todos los que me acompañan en el camino: mi mujer, mis hijos, mis allegados…
¡Muchas gracias!
Y griten conmigo: ¡Viva la Feria! ¡Viva Guadix!